Leamos "El rey Yu", cuento de Hermann Hesse
EL REY YU
Imagen tomada de Pinterest: Zhanjiao futou were popular in the Song Dynasty https://pin.it/6la7btN
La historia de la antigua China ofrece escasos ejemplos de monarcas y estadistas que fuesen derrocados a causa de haber caÃdo bajo la influencia de una mujer y de un enamoramiento. Uno de estos raros ejemplos -y uno muy notable- es el del rey Yu de Tchou y su mujer Bau Si.
El paÃs de Tchou lindaba por el oeste con los territorios de los bárbaros mongoles, y la sede de su Corte, Fong, se encontraba en medio de una región poco segura, que de vez en cuando se veÃa expuesta a los asaltos y saqueos de aquellas tribus bárbaras. Por ello fue preciso ocuparse de reforzar al máximo las fortificaciones fronterizas y, sobre todo, de proteger mejor la Corte.
Los libros de historia nos dicen que el rey Yu, el cual no era un mal estadista y sabÃa prestar atención a los buenos consejos, supo compensar las desventajas de su frontera adoptando inteligentes medidas, pero que todas estas inteligentes y meritorias obras quedaron destruidas por los caprichos de una bonita mujer.
En efecto, con ayuda de todos sus prÃncipes vasallos, el rey estableció en la frontera occidental una lÃnea de defensa, lÃnea de defensa que, como todas las creaciones polÃticas, presentaba un doble carácter, a saber: moral, por una parte, y mecánico, por otra. El fundamento moral del tratado era el juramento y la fidelidad de los prÃncipes y sus oficiales, cada uno de los cuales se comprometÃa a acudir con sus soldados a la Corte a socorrer al rey a la primera señal de alarma. A su vez, el principio mecánico, del cual se ocupaba el rey, consistÃa en un bien pensado sistema de torres, que hizo construir en su frontera occidental. En cada una de estas torres debÃa montarse guardia dÃa y noche; las torres estaban provistas de tambores muy potentes. En caso de una invasión enemiga por cualquier punto de la frontera, la torre más próxima redoblarÃa su tambor; de torre en torre esta señal recorrerÃa todo el paÃs en un tiempo mÃnimo.
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Este inteligente y loable dispositivo ocupó largo tiempo al rey Yu, quien tuvo que celebrar conferencias con sus prÃncipes, considerar los informes de los arquitectos, organizar la instrucción del servicio de guardia. Ahora bien, el rey tenÃa una favorita llamada Bau Si, una mujer hermosa que supo hacerse con una influencia sobre el corazón y los sentidos del rey, mayor de lo que puede convenir a un monarca y a su reino. Al igual que su señor, Bau Si seguÃa con curiosidad e interés los trabajos que se realizaban en la frontera, del mismo modo que una niña vivaracha e inteligente contempla, de vez en cuando, con admiración y envidia los juegos de los muchachos. Para que lo comprendiese todo perfectamente, uno de los arquitectos le habÃa construido un delicado modelo -de arcilla pintada y cocida- de la lÃnea de defensa; este modelo representaba la frontera y el sistema de torres, y en cada una de las graciosas torrecillas habÃa un guardia de arcilla infinitamente pequeño y que en vez de tambor llevaba colgada una diminuta campanilla. Este bonito juguete constituÃa el pasatiempo favorito de la mujer del rey, y cuando alguna vez estaba de malhumor, sus doncellas solÃan proponerle jugar al «ataque bárbaro».
Entonces colocaban todas las torrecillas, hacÃan tañer las campanillas enanas, y asà disfrutaban y se entretenÃan mucho.
El dÃa astrológicamente favorable en que, concluidas al fin las obras, instalados los tambores y preparado el servicio de guardia, se puso a prueba, previo acuerdo, la nueva lÃnea de defensa, fue una ocasión gloriosa para el rey. Orgulloso de su realización, se mostraba muy impaciente; los cortesanos esperaban para darle sus parabienes, pero la más ansiosa y excitada era la hermosa mujer Bau Si, la cual casi no podÃa esperar que concluyesen todas las ceremonias y rogaciones previas.
Por fin llegó la hora señalada, y por primera vez comenzó a desarrollarse en gran escala y de verdad el juego de las torres y los tambores que tan a menudo habÃa hecho pasar un buen rato a la mujer del rey. Ésta apenas podÃa contener sus ansias de comenzar a intervenir en el juego y a dar órdenes, tan grande era su alegre excitación. El rey le lanzó una grave mirada, y con esto se controló. HabÃa llegado el momento; ahora jugarÃan al «ataque bárbaro» en grande y con torres de verdad, con hombres y tambores de verdad, para ver cómo resultaba todo. El rey dio la señal, el mayordomo mayor transmitió la orden al capitán de la caballerÃa, éste trotó hasta la primera torre y dio orden de redoblar el tambor. El redoble retumbó potente y profundo, su sonido alcanzó todos los oÃdos, festivo y profundamente conmovedor. Bau Si se habÃa puesto pálida de emoción y comenzó a temblar. El gran tambor de batalla redoblaba con fuerza su basto ritmo estremecedor, un canto lleno de presagios y amenazas, lleno de lo venidero, de guerra y miseria, de miedo y derrota. Todos lo escuchaban con profundo respeto. Cuando el sonido comenzaba a extinguirse, de la torre siguiente salió la réplica, lejana y débil, la cual se fue perdiendo rápidamente, y después no se oyó nada más, y al cabo de unos instantes se rompió el festivo silencio, la gente volvió a alzar la voz, se pusieron en pie y comenzaron a charlar.
Entretanto, el profundo y atronador redoble fue pasando de la segunda a la tercera y a la décima y a la trigésima torre, y cuando se dejaba oÃr, todos los soldados de esa zona tenÃan estrictas órdenes de presentarse de inmediato en el lugar convenido, armados y con la bolsa de provisiones llena; todos los capitanes y coroneles debÃan prepararse para la marcha sin pérdida de tiempo y apresurarse al máximo; también debÃan enviar ciertas órdenes preestablecidas al interior del paÃs. Dondequiera que se oÃa el redoble del tambor se interrumpÃan el trabajo y las comidas, los juegos y el sueño, se empaquetaba, se ensillaba, se recogÃa, se emprendÃa la marcha a pie y a caballo. En breve espacio de tiempo, de todos los distritos de los alrededores salÃan tropas presurosas con destino a la Corte de Fong.
En Fong, en el patio de palacio, se habÃa relajado pronto la profunda emoción e interés que se habÃan apoderado de todos los ánimos al redoblar el terrible tambor. La gente paseaba por el jardÃn de la Corte charlando animadamente, toda la ciudad estaba de fiesta, y cuando, transcurridas menos de tres horas, comenzaron a aproximarse ya cabalgatas pequeñas y más grandes, procedentes de dos direcciones, y luego, de hora en hora, fueron llegando más y más -lo cual duró todo ese dÃa y los dos siguientes-, el rey, sus cortesanos y sus oficiales fueron presa de un creciente entusiasmo.
El rey se vio colmado de agasajos y congratulaciones, los arquitectos fueron invitados a un banquete y el tambor de la primera torre, el que habÃa dado el primer redoble, fue coronado por el pueblo, paseado en andas por las calles y obsequiado por todos.
La mujer del rey, Bau Si, estaba absolutamente entusiasmada y como embriagada. Su juego de torrecitas y campanillas se habÃa hecho realidad de forma mucho más espléndida de lo que nunca hubiese podido imaginar. Por arte de magia, la orden habÃa desaparecido en el solitario paÃs, envuelta en la amplia onda sonora del redoble del tambor; y su resultado llegaba ahora, vivo, real, como un eco de lontananza, el emocionante bramido de ese tambor habÃa producido un ejército, un ejército de cientos y miles de hombres bien armados que iban llegando por el horizonte, a pie y a caballo, en continuo flujo, en continuo y rápido avance: arqueros, caballerÃa ligera y pesada, lanceros, iban llenando gradualmente, con creciente barullo, todo el espacio disponible alrededor de la ciudad, donde eran acogidos y se les indicaban sus posiciones, donde eran aclamados y obsequiados, donde acampaban, levantaban tiendas y encendÃan fogatas. Esto continuó dÃa y noche; como duendes de fábula surgÃan de la tierra gris, lejanos, diminutos, envueltos en nubes de polvo, para finalmente formar filas, hechos sobrecogedora realidad, bajo las miradas de la Corte y de la embelesada Bau Si.
El rey Yu estaba muy satisfecho, y en particular le complacÃa el arrobamiento de su favorita; llena de felicidad, resplandecÃa como una flor y el rey nunca la habÃa visto tan bella. Pero las festividades duran poco. También esta gran fiesta se extinguió y dio paso a la vida de todos los dÃas: dejaron de ocurrir maravillas, no se hicieron realidad nuevos sueños de fábula. Esto resulta insoportable a las personas desocupadas y veleidosas. Pasadas unas semanas de la fiesta, Bau Si volvió a perder todo su buen humor. El pequeño juego con las torrecillas de arcilla y las campanillas colgadas de un hilo resultaba tan insulso ahora, después de haber probado el gran juego. ¡Oh, cuán embriagador habÃa resultado éste! Y todo estaba allà dispuesto, listo para repetir el sublime juego: allà estaban las torres y colgaban los tambores, allà montaban guardia los soldados y permanecÃan alerta los tambores en sus uniformes, todo estaba a la expectativa, pendiente de la gran orden, ¡y todo permanecÃa muerto e inservible en tanto no llegase esa orden!
Bau Si perdió la sonrisa, desapareció su aspecto resplandeciente; el rey contemplaba preocupado a su compañera preferida, privado de su consuelo nocturno. Tuvo que incrementar al máximo sus presentes, con tal de poder sacarle una sonrisa. HabÃa llegado el momento de comprender la situación y sacrificar al deber la pequeña y dulce preciosidad. Pero Yu era débil. Que Bau Si recuperase la alegrÃa, le parecÃa lo principal.
AsÃ, sucumbió a la tentación que le preparaba la mujer poco a poco, y ofreciendo resistencia, pero sucumbió. Bau Si le arrastró tan lejos, que llegó a olvidar sus deberes. Cediendo a las súplicas mil veces repetidas, satisfizo el único gran deseo de su corazón: accedió a dar la señal a la guardia fronteriza, como si se avecinase el enemigo. En el acto resonó el profundo, conmovedor redoble del tambor de guerra. Esta vez, al rey le pareció un sonido terrible, y también Bau Si se asustó al oÃrlo. Mas luego se fue repitiendo todo el delicioso juego: en el horizonte se alzaron las pequeñas nubes de polvo, las tropas fueron llegando, a pie y a caballo, durante tres dÃas seguidos, los generales hicieron reverencias, los soldados montaron sus tiendas. Bau Si estaba encantada, su rostro resplandecÃa. Pero el rey Yu pasó momentos difÃciles. Se veÃa obligado a reconocer que no lo habÃa atacado ningún enemigo, que todo estaba en calma. Conque intentó justificar la falsa alarma diciendo que se trataba de un provechoso ejercicio. Nadie se lo discutió, todos se inclinaron y lo aceptaron. Pero los oficiales comenzaron a rumorear que habÃan sido vÃctimas de una desleal travesura del rey; éste habÃa alarmado a toda la frontera y los habla movilizado a todos, miles de hombres, con el mero objeto de complacer a su favorita. Y la mayor parte de los oficiales estuvieron de acuerdo en no volver a responder en el futuro a una orden de este tipo. Entretanto, el rey se esforzaba por levantar los ánimos de las disgustadas tropas con espléndidos obsequios. Bau Si habÃa conseguido lo que querÃa.
Pero cuando comenzaba a retornar su malhumor y empezaba a sentirse nuevamente deseosa de repetir el insensato juego, ambos recibieron su castigo. Tal vez por casualidad, tal vez porque les habÃan llegado noticias de esos acontecimientos, un buen dÃa los bárbaros cruzaron inesperadamente la frontera en grandes bandadas de jinetes. Las torres dieron su señal sin tardanza, el redoble lanzó su imperiosa exhortación y se fue difundiendo hasta el último recodo. Pero el exquisito juguete, con su mecánica tan admirable, parecÃa haberse roto: los tambores ya podÃan sonar, pero nada tañÃa en los corazones de los soldados y oficiales del paÃs. Éstos no respondieron al tambor. Y el rey y Bau Si otearon en vano en todas direcciones; por ningún lado se levantaba la polvareda, en ninguna dirección se veÃan acercar caracoleantes las pequeñas cabalgatas grises, nadie acudió en su ayuda.
El rey salió presuroso al encuentro de los bárbaros con las escasas tropas que tenÃa a mano. Pero el enemigo era numeroso; derrotó a las tropas, tomó la Corte de Fong, destruyó el palacio, derribó las torres. El rey Yu perdió el reino y la vida, y otro tanto le ocurrió a su favorita Bau Si, de cuya perniciosa sonrisa aún siguen hablando los libros de historia.
Fong fue destruida, la cosa iba en serio. Éste fue el fin del juego de los tambores y del rey Yu y la sonriente Bau Si. El sucesor de Yu, el rey Ping, no tuvo más remedio que abandonar Fong y trasladar la Corte más hacia Oriente; se vio obligado a comprar la futura seguridad de sus dominios por medio de pactos con monarcas vecinos y la cesión a éstos de grandes extensiones de territorio.
FIN
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